Desde muy joven sentí claramente mi vocación por el conocimiento de las plantas y sus múltiples aplicaciones.
En París, estudié «Sciences de la Nature», una formación integral en ciencias naturales que abarcaba biología molecular, biotecnología, química orgánica, ecología, agroalimentación y aspectos de las ciencias humanas.
Las ciencias interdisciplinares me proporcionaron una visión integrativa que, unida a mi pasión, me abrió el camino para explorar e investigar en profundidad el fascinante campo de la cosmetología, entendida no solo como el cuidado estético, sino como una ciencia que conecta la biología de la piel, la química de los ingredientes y el potencial para mejorar la salud cutánea.
En mi constante búsqueda de conocimiento, seguí profundizando en ciencias naturales y botánica. Fue durante estos estudios que encontré a maestros en aromaterapia, lo que me impulsó a trasladarme a Grasse para aprender el oficio de «nariz» y perfeccionar el arte de trabajar con el olfato.
De regreso a París, continué mis estudios de osteopatía craneosacral con un talentoso osteópata que más tarde fundaría su propia escuela.
Estas ciencias despertaron en mí la fuerza y la
perseverancia que han guiado mi trayectoria hasta hoy.
Trabajé en un laboratorio de ensayos sobre ingredientes cosméticos, donde descubrí la presencia de numerosas sustancias industriales, como conservantes, espesantes, tensioactivos, grasas hidrogenadas, perfumes artificiales y un sinfín de compuestos químicos. Esta realidad, que considero preocupante, me llevó a reflexionar.
Sin embargo, al no ser dada a las polémicas, decidí emprender mis propias investigaciones y realizar pruebas para desarrollar cosméticos que prescindieran de esta lista de ingredientes extraños para la salud de la piel y el medio ambiente.
Además, observé que estas sustancias están presentes en numerosos productos de higiene y cosmética que se utilizan a diario, generan un efecto «sumatorio» tanto en la piel como en las aguas de nuestro planeta.
Por ello, resulta evidente la necesidad de colaborar para frenar y reducir este impacto ecológico.
Mi pasión por las plantas me impulsó a seguir el camino con determinación y trabajar incansablemente para convertirlo en un oficio que combine ciencia, consciencia y arte.
Mi infancia transcurrió en el barrio de Belleville, en París, un distrito popular donde la multiculturalidad se manifestaba en la cocina cargada de especias que impregnaban las calles, influyendo positivamente en mi memoria olfativa.
Cuando mi madre me enviaba a comprar al mercado popular de Belleville, solía tardar en regresar a casa porque me quedaba fascinada con los alquimistas búlgaros que vendían aceites esenciales y resinas.
En 1962, a mis 8 años, olí por primera vez la auténtica esencia de la rosa de Bulgaria, junto con el verdadero sándalo, la mirra y otras resinas de árboles.
En aquella época, las esencias eran completamente naturales, y este descubrimiento marcó un momento crucial y estimulante en mi decisión de perseguir mi vocación.